"Todo en Sintra es mágico; no hay esquina que no sea un poema" Eça de Queirós
Desde la estación del Rossio, en Lisboa, tomamos el tren que nos deposita, en apenas una hora, en Sintra, la ciudad de los palacios y los bosques. Vale la caminata hasta el centro para ir disfrutando del contacto sensorial con el lugar.
Recorriendo Sintra
Aprovechando el relieve irregular de Sintra, optamos por un recorrido que empieza por lo más alto. Un pequeño bus nos conduce desde el núcleo urbano hasta el Palacio da Pena, ecléctica y colorida construcción del siglo XIX, posada sobre una colina, a 500 metros de altura.
Si el interior del palacio sorprende por su arquitectura y mobiliario, sus vistas exteriores nos hacen suspirar de admiración.
Se puede ver, casi cien metros abajo, emergiendo de un bosque ancestral, la muralla blanca del Castillo de los Moros. Y más abajo, disminuida por la distancia, la Villa de Sintra con las chimeneas gemelas del Palacio Nacional buscando el cielo con sus más de 30 metros de altura.
Unos cien metros más abajo del Palacio da Pena es posible transportarse al medioevo recorriendo los senderos sinuosos de la muralla perimetral del Castillo de los Moros.
Las almenas ruinosas, el emplazamiento en un tupido bosque, todo colabora para el disfrute y la ensoñación con caballeros de regia estampa y princesas que suspiran acodadas en la ventana de alguna torre vigía. Y, por supuesto, las vistas, otra vez las vistas de una Sintra cuya belleza aumenta con la cercanía.
Pasado el mediodía bajamos a almorzar en el casco principal. La oferta gastronómica es variada; cada gusto encuentra lo suyo. Pero, la recomendación es obligación y optamos por un postre bien local, el sabroso Travesseiro, especie de pastel hecho de hojaldre, huevos, almendras y azúcar, típico de Sintra. ¡¡¡No duden en probarlo!!!
Otro autobús nos deja esa tarde en la Quinta o Palacio de la Regaleira, sitio que se ofrece como misterioso y sorprendente.
La caminata por sus amplios y profusos jardines nos conduce entre miradores, estatuas, grutas y una capilla a cuya cripta es posible descender y que, según dicen, comunica subterráneamente con el palacio. (Conviene proveerse de un plano en el momento de comprar la entrada, para adentrarse en ese parque donde, para algarabía de los borgeanos, los senderos, efectivamente, se bifurcan.)
El palacio ofrece sus salones para un recorrido obligado, pero, el emplazamiento imperdible dentro de La Regaleira es, dentro de los jardines, la llamada Torre Invertida o Pozo Iniciático. Se trata de una torre de piedra cavada dentro de la tierra y por cuya escalera caracol se puede descender casi 30 metros. En el piso, se destaca una cruz emblema de la Orden de los Templarios, lo que aporta otra cuota de magia y misticismo.
En nuestro caso, optamos por hacer el recorrido en el orden que, se supone, es el correcto en relación con los ritos iniciáticos: entramos por una gruta que se abre a varios metros de la Torre Invertida, caminamos en la semipenumbra, amparadas por la frescura de la piedra, y llegamos a la cruz templaria alumbra- da por la luz del día desde la boca de salida, nueve pisos y ciento treinta y cinco escalones más arriba.
La jornada finaliza, mientras el día se apaga lentamente, con un breve recorrido por las callecitas céntricas de Sintra, en cuyas paredes es posible descubrir estampas confeccionadas con magníficos azulejos y fuentes escondidas a la vuelta de alguna esquina. Fuentes que ayudan a calmar la sed, pero solo la sed de agua, porque la otra, la de abarcar todo lo que Sintra tiene para ofrecer, solo puede aplacarse empezando a planear una próxima visita.
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Maria Diez
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